Relato de Alejandro M. C. (3º ESO): “Sin
cabeza y sin nadie”
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Pues por culpa de eso es como acabó así Juan…
Bueno, empezaré contando la historia por el principio.
Érase dos años atrás. Juan, un niño de 15 años tenía problemas en casa y
eso se transmitía a su vida social y en el colegio.
Juan era alto y delgado, tenía el pelo azul; él decía que eso remarcaba
su personalidad; era un chico con muchos rasgos y forma de ser característicos.
Vivía en una familia con pocos recursos económicos. Su piso estaba en el
centro de Santiago, era un piso pequeño. Allí vivía con sus padres y su hermana
Lucía. Su vida en casa no era fácil porque su padre era un delincuente y su
madre no le hacía caso. Estaba solo en la vida.
Juan no sacaba muy buenas notas, pero siempre trabajaba en clase y hacía
los deberes. Fue así hasta el verano de hace un año, cuando hizo unos amigos un
poco especiales: robaban, fumaban, bebían, estaban metidos en el mundo de las
drogas. Juan, al principio, no quería ni fumar, ni beber, ni nada, pero claro,
al final, lo liaron.
A
los tres meses, en noviembre, empezó a pasar droga. Como veía que ganaba dinero
no paró hasta que un día, la droga que tenía que pasar la consumió. Tenía un
valor de 51.000 euros y como no tenía dinero, no pagó.
La
gente a la que tenía que pagar esperó pero al final, a los ocho meses, lo
mataron, le cortaron la cabeza y lo pusieron con las piernas hacia arriba en el
jardín de su casa con una carta para sus padres diciendo: “Si no pagáis lo que
debéis vuestra hija sufrirá mucho. ¡Tenéis dos semanas!
Pero en esa casa ya no vivía nadie. La madre se había fugado, y el padre
estaba en la cárcel, y ahora su hija está conmigo, su abuelo.
Relato de Martín G. P. (3º ESO): “El hombre reflejo”
Aquel día me había levantado temprano, como de costumbre. Había hecho
mis tareas y en el tiempo que me había sobrado, había ido a dar un paseo.
Me
puse la chaqueta y salí de casa. Caminé por un sendero hasta alejarme un poco
del pueblo. Llegué a un río, en el que en verano pescaba truchas, y me senté
sobre una piedra de la orilla.
Pasó un rato y emprendí el camino de vuelta a casa. Caminando por el
sendero vi tirado a un lado un collar. Lo cogí y lo contemplé detenidamente. El
collar era de platino y tenía una calavera de oro. A mí desde siempre me había
gustado lo gótico y lo relacionado con la muerte. Me lo metí en el bolsillo y
regresé a casa.
Pasaron las horas y llegó la noche. Antes de irme a dormir saqué el
collar del bolsillo de la chaqueta y me lo coloqué en el cuello. Me lavé los
dientes y me fui a dormir.
Esa
noche no tarde mucho en caer dormido y las tres primeras horas dormí como un
tronco.
Sin embargo, en mitad de mi sueño surgió una
pesadilla, que duró hasta el amanecer.
La
pesadilla fue horrorosa. Viví dormido una horrorosa situación. Estaba yo en el
infierno en una gran sala. Sentado en la silla de los acusados. Me acusaban de
haberle robado el collar a la Muerte, dictaron sentencia y me condenaron. La
condena consistía en que a partir de aquel momento solo sería una sombra.
Yo
pensé que era una simple pesadilla, pero al día siguiente, cuando me fui a
mirar al espejo, no vi mi reflejo, no vi nada. Bajé corriendo las escaleras y
fui junto a mi madre, quien no reaccionaba a todo lo que yo hacía.
Volví a mi cuarto y al abrir la puerta de donde había estado mi cuarto
encontré una habitación vacía. Nadie se acordaba de mí. Era como si yo nunca
hubiera existido.
Desde aquel día vago campante por las calles sufriendo solitariamente mi
dolor y pena perseguido por los cazafantasmas que intentan descubrir el por qué
hay una sombra que vaga por el país.
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